miércoles, 21 de julio de 2010

Inteligencia Artificial

El sábado pasé la tarde viendo una película de las que no suelo ver, Inteligencia Artificial. Reconozco que me gustó, disfruté mucho y me pareció que realizaba unos planteamientos muy interesantes sobre algunas cuestiones. 

La primera de ellas es cuando surge el tema de crear máquinas con la capacidad de amar, de un amor sin límites. Entonces te ves planteando también la pregunta en tu interior si a la vez que se crea el amor sin límites es capaz de crear también el odio sin límites. Teniendo en cuenta que definimos por opuestos, ¿si el ser humano conoce el amor es capaz también de conocer el odio? Y si se le implanta a una máquina, ¿se implanta por separado? La siguiente pregunta que me asaltó es cómo lograran “crear” ese sentimiento, ¿qué procedimientos se emplea? ¿Al igual que se le puede implantar a una máquina se le puede implantar a una persona? 

Pero la historia no sólo plantea estos temas sino que también hace una comparativa entre el amor incondicional al amor más frío y egoísta. Es muy bonita la relación entre ellos, viéndolos cogidos de la mano y cómo se van ayudando para sobrevivir. 

Sin embargo, la película todavía continúa planteándonos más cuestiones, el concepto del ser único. El momento en el que el protagonista ve como existen múltiples copias de él, ¿qué es lo que lo hace especial?, al fin y al cabo su amor ¿no es el mismo que el de todas esas copias? 

Y la película se acerca a su final, dando una nueva vuelta y mostrándonos que al fin y al cabo todo es una revisión del cuento de Pinocho. Y te encuentras la imagen de un muchacho que pide ante un hada que se le cumpla su sueño. Y es eso lo que lo hace único, y lo que demuestra que es más humano que cualquiera de su especie, ya que lucha por seguir su sueño. 

Y de nuevo, cuando ya creemos que llegamos al final, más temas que plantearnos, la clonación, la relatividad del tiempo, la pérdida del ser querido y lo mejor de todo, que la copia pasa a convertirse en original. 

De todo con qué te quedas, con la imagen de los dos en la cama, cuando el día ha finalizado, cuando duermen y viajan al lugar donde se crean los sueños, ese momento, con las manos cogidas. Y te encuentras a ti mismo pidiéndole al hada azul o cualquier ente, un día como el de él, un día en el que puedas abrazar a la persona que has perdido. Te da igual el amor incondicional, la capacidad de odio, si somos seres únicos o no, o las otras cuestiones filosóficas, al final, sólo quieres un día así, un solo día. 

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